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Pulido

Pintura

Pulido

Cuentos: Marcos Gualda

Cama
Mixta sobre DM 200×200
1999

 

Salí temprano con la lista de la compra. Vuelvo. Te has marchado para siempre. Sin hacer la cama. 
Lo sé –que marchastes para siempre porque has abierto los cajones.

Me aferro a los barrotes fríos. Deslizo mi mejilla por la almohada, que continúa fresca de la baba de tu boca.
Me agacho para estudiar la escupidera. La abrazo con las manos. Está llena de tu orín caliente. Me siento gorda.
Me tumbo en el colchón. Estoy hundiéndome. Debería encontrar la tabla que me mantenga recta. No vuelvas.
Deja que me abrigue con tu frágil sábana. Ya encontraré el momento de vaciar la escupidera.

                                                                                         

 

Cama
Mixta sobre DM
30×30
2009

Roba un bidón de gasolina. Prende fuego a este biplano. Suena punk, ¿verdad?
Temo confesarlo, pero fui yo quien abatió a Saint-Exupéry.
Coge fuerza. Escupe como un panki.
Deberías estrellar a El Principito y los balones de Nivea.
Desátale la pajarita y los bombachos cuando esté tendido.
Pero antes, abre bien los ojos, que vas a aterrizar en una hilera de rosales.

 

Biplano
Mixta sobre DM
200×200
2000

Biplano
Mixta sobre DM
30×30
2009

Noria
Mixta sobre DM
30×30
2009

Noria
Mixta sobre DM
200×200
2002

Es tiempo de posguerra y de ver girar la noria. El burro atado camina encima de sus huellas, dibujando el círculo  exacto de lo mismo. Si se porta vago, le arrojamos muchas piedras. Escucha el engranaje, los reflejos de la luz en el barro de los cangilones. Pórtate bien. Mañana a lo mejor fuimos al circo. La noria arranca el agua subterránea, gira rauda como el mundo, organiza vueltas con distinta agua, riega las alubias y patatas. Cámbiame la púa de ese trompo. No lo aguanto. El gemir de estas maderas suena como el eco de mis muertos.

Canal
Mixta sobre DM
200×200
2006

El canal bajaba acelerado, casi pleno. Las zanahorias en la huerta se empinaban.
En la esquina de las tomateras, jugábamos a chicharitolajaba.
Saltábamos felices como ranas, amontonando los traseros sobre las espaldas flexionadas.
El niño gordo se apoyó mal y resbalaba. Mamá se asoma a la puerta y llama.
Agita las galletas en la fiambrera. Corro y grito: “No me vale pavia”.
El rumor del agua, hambriento, protestaba.

 

Canal
Mixta sobre DM
30×30
2009

Escalera
Mixta sobre DM
30×30
2009

Escalera
Mixta sobre DM
200×200
2006

Aquella tarde en que no cantaron pájaros, mi tía escurría la fregona. Encogido de rodillas, la vigilé desde el armario empotrado del pasillo. Mi tía empuñó el mango y retorció suavemente la cabeza en el escurridor. Resopló en su flequillo y aplicó la fregona en las baldosas, en movimientos decididos. Desde mi escondite, encogido, contemplé por la ventana el sol que se desteñía en su caída. Cuando mi tía marchó a la cocina, aproveché para salir e hincar mis rodillas en el suelo húmedo. Descendí a gatas los oscuros escalones hacia el cuarto de los juegos. Abrí la puerta sin llamar. Tenía las rodillas negras y empapadas. Mi prima me esperaba con el codo apoyado en el brazo del sofá. Me senté a su lado y nos contamos historias de miedo en la penumbra. Reímos sin forzarnos. Saqué del bolsillo una linterna, no más grande que el mando de un televisor. Creo que transcurrimos media hora iluminándonos las caras, ensayando muecas espantosas que provocaban nuestras carcajadas. De repente, ruborizada de la risa, mi prima bajó la cremallera del pantalón y agarró mi sexo. Lo retorció suave, en movimientos circulares, frotándolo de vez en cuando en las palmas de sus manos. Cerré los ojos. Entonces, sin esfuerzo, imaginé la fregona, las manos de mi tita, el flequillo despeinado, el agua chorreando y derramándose en el cubo.

 

 

Mercado
Mixta sobre DM
60×30
2009

Mercado
Mixta sobre DM
400×200
2009

Antonio López envuelve un kilo de acedías en un cucurucho gris.
Sonríe débilmente, se lo entrega a la clienta, coge las monedas y la despide.
Luego se gira, agarra la manguera, se enjuaga las manos y las seca en el mandil.
Un suspiro corto escapa de su boca. Ahora siente ganas de café.
Abre de nuevo el grifo y baldea el mostrador, sin prisas.
El agua se desliza por el mármol, chorrea lúgubre por las losetas, arrastra los residuos del pescado y la jornada.
Probablemente, las alcantarillas no tarden en taponarse.
Antes de ir al bar, Antonio López visita el cuarto de baño sin jabón.
A la vuelta, contempla su puesto de frente. Se detiene cierto tiempo.
No está acostumbrado a esa perspectiva de su vida.
Observa dos vasos de café en el alféizar, los pesos antiguos que resistieron jubilarse, las luces mortecinas.
Mira las cajas de corcho de Leröy. Hasta ese momento, no había reparado en la diéresis. 
Tampoco en la y griega. Inclina la cabeza para oler los chocos, y sólo entonces recuerda las fotos de la agencia de viajes. Poco a poco, cierra los ojos, quizás para soñar con bogavantes suecos.

Tractor
Mixta sobre DM
30×30
2009

Daniel Massey estaría orgulloso de esta máquina.
Con su fuerza roja carga la uva.
No fue recolectada en Falcon Crest, ciertamente, pero está horneada al sol pacense,
que ofrece recompensa y no especula.
Este tractor honrado ara todo el año. 
Nunca pica asuntos propios. 

En septiembre acuna en el remolque el fruto de su esfuerzo, las cestas donde transporta la vendimia, esas perlas de sudor que son las uvas.
Entra ya al garaje que te amaré con la gasofa. Relájate y duerme.
Antes de que ronques, te lavaré la cara con el zumo.

Piano
Mixta sobre DM
200×200
2009

Conocí un domingo que jugaba el Recre a un pianista colombiano que tocaba con los huevos.
No quiero decir que se bajase los calzones y aporrease con las gónadas las teclas.
Tampoco posaba plácidamente los testículos debajo de la tapa, a ver cuándo caía.
No es exactamente eso. (Ni imaginar puedo a pianista tan obsceno).
Este teclista colombiano subía al escenario arrastrando el carrito de la compra.
Apagaba el móvil. Saludaba. Se ajustaba la pajarita y se sentaba.
Introducía la mano en el carrito, y antes de empezar su recital, sacaba
un cartón de huevos que posaba debajo del flexo de la esquina del piano.
Tocaba de memoria sus composiciones propias. No paraba hasta que piaban los pollitos.

Piano
Mixta sobre DM
30×30
2009

Habitación
Mixta sobre DM
200×200
2009

Asesiné al hielo y sólo derramó agua.

Habitación
Mixta sobre DM
30×30
2009

Acueducto
Mixta sobre DM
200×200
2006

El canal bajaba lento, casi seco. La pandilla se arrojaba a la marisma como los caballos en las pelis del Oeste. Compartíamos el agua, pero no éramos los mismos. Colocábamos piedras en las vías. Juntábamos azufre.
El sol, por momentos, reventaba nuestra nuca. Alguien dijo un día:

“¿Jugamos a la asfixia?” Y recordé a mi padre antes de la guerra, inflando globos en la feria, y comencé a respirar muy rápido y profundo, empujando todo el aire a la cabeza. Cerré los ojos. Se apagaron muchas luces. Desperté de noche. El cauce ya lloraba quieto, seco.

Acueducto
Mixta sobre DM
30×30
2009

Futbolín
Mixta sobre DM
30×30
2009

Futbolín
Mixta sobre DM
200×200
2009

Por las tardes nos citábamos en el futbolín La Cepa. El enano liaba un porro, apoyado en el billar americano. El olor nos confundía. Nos agolpábamos a ambos lados de la mesa del furgolo. Fluían las jugadas desde nuestra privilegiada tribuna cenital. Los mangos sucios de la grasa de otras manos, la ranura deformada que tragaba las monedas, las mordeduras del óxido en las barras. El enano regresa con la condicional. Los petacos estaban duros en la máquina del bingo. El hermano que extiende la manita en la puerta de la iglesia. Pero los muñecos brillaban. No preguntes cómo, pero relucían entre el caucho reventado de los topes, como supervivientes de un temblor. Al fondo estrenaron la primera maquinita. El fontanero con bigote sorteaba a Don King Kong. Todo parecía muy real. El amigo de los niños invitaba a otra partida. “Batirás el récord, seguro; escribe bien mi nombre. Si no puedes, te paso la pantalla”. Las cabezas flanqueaban los costados de la máquina. El enano se asomaba a las ventanillas de los coches.

Camión
Mixta sobre DM
200×200
2009

No vayas a reír cuando te cuente que aquél fue el polvo de los dos siglos. Continúa pintándote las uñas. No sé cómo explicarlo de nuevo sin hacerme daño, sin que me escueza el corazón con la lija de tu indiferencia. La gente sin dinero se aparea antes, ya se sabe. Mientras tú ahora estás dale que te pego a la acetona y al esmalte, yo antes me aburría con mi antigua amante en el cotillón del treinta y uno de diciembre de dos mil. No levantes ahora la cabeza, no descuides tus falanges. Evita sufrir celos retrospectivos. Te cuento simplemente que abrigué con mi chaqueta sus hombros desnudos. Educadamente la invité a follar en el camión de la revolución cubana. Deja de mirarme raro y elige tu color, porque lo cierto es que nos acomodamos en los asientos traseros, nos desparramamos en los sillones acolchados, nos mordisqueamos lo sagrado. (Una fina lluvia golpeaba los faros apagados). Tú sigue empujando las cutículas con un palito de naranjo. Se te nota que no crees que fue el polvo de los dos siglos. Pero lo cierto es que ese glorioso éxtasis con esa diosa máxima, por mucho que no pares de pintarte las uñas y no me hagas puto caso, comenzó con la bajada de sus bragas en el siglo veinte. Después de una andanada de estocadas y una salva de cohetes y campanas, eyaculé en el veintiuno.

Camión
Mixta sobre DM
30×30
2009

Puerto
Mixta sobre DM
400×200
2009

Puerto
Mixta sobre DM
60×30
2009

Siempre quise ahogar a un gondolero veneciano. Teñir de luto su jersey a rayas. Atizarle duro con el remo.
De verdad que no soporto su barcaza refinada, su turística arrogancia. Mi armario está embarazado de cadáveres.
Sólo eso frena mi propósito. Pero en serio que me apetece rajarle el vientre, masticar sus vísceras, tirar las sobras a los niños inmigrantes que llegan en patera. De momento debo conformarme con interrumpir su canto. Por eso ahora me levanto del asiento, paseo por su lado, lo empujo disimuladamente con el hombro. El gondolero se tambalea y cae de cabeza al agua. El mamón no para. Escucha ahora su desafinada aria acuática.

Cuentos: Marcos Gualda

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